Prólogo.

La vida en el desierto no es así.

Siempre lo digo.

La vida en el desierto no es así.

En los Westerns todo pasa tan lento. Esperas y esperas a que pase algo, mientras el pistolero también espera. Y todo es tan real y al mismo tiempo tan distante.

Pausa.

Antes de un tiroteo tienes que esperar mucho, los dos rivales se miran interminablemente, la cámara enfoca los ojos de uno, los ojos del otro, los ojos de uno, los ojos del otro.

Casi te da tiempo de contar el número de pestañas que tiene cada uno.

En cada ojo.

El pistolero sacude los dedos de la mano, lentamente, para que el aire seque el sudor.

El sol está en lo alto.

Cabeceas de sueño.

El estribillo de la canción-tema (theme song) de la película suena una vez más.

Cabeceas de sueño.

Otra vez nos enfocan las miradas matadoras de los dos rivales.

Cabeceas otra vez y, mientras tu cabeza se empina a un lado y la baba comienza a escurrirte por la boca, tres espantosos disparos te despiertan. Para cuando te das cuenta, los tres malos están tirados en el piso, sangrando como marranos.

Dos balas dentro de cada uno.

Tres malos.

Seis balas en total.

Seis balas caben en el tambor de una Colt.

Seis balas divididas entre tres. No hay fracciones. Es una división exacta.

Una inocente broma algebraica entre vaqueros. Toda la operación me recuerda a los libros de matemáticas de la escuela, que siempre tenían problemas ilustrados con situaciones cotidianas de la vida real.

Las historias de vaqueros, la vida en el desierto no son ejemplos de un libro de texto gratuito.

La vida en el desierto, entre bandoleros, vaqueros y guerrilleros, no es así.

Las películas de vaqueros son una gran mentira.

Pero esta historia es de vaqueros.

Por lo tanto, esta historia es una gran mentira.

Cabeceas por última vez.