Cabeza de alcancía.

Voy bajando los escalones de la escalera, con las sandalias de José (Yosiv, en ruso, que suena mejor) puestas. (Sí, José es mi primo que sobrevivió a un intento de linchamiento general nocturno. Todos contra él en un pueblo llamado Loma del Nanche). Lo que sucede es que el maldito les ha desgastado las suelas, y ahora derrapan sobre lo plano.

Mal cálculo, y saco. Me caigo hacia atrás, mi cabeza rebota contra algún escalón y duele. Pero no tanto.

Me incorporo, con todos preguntándome si estoy bien. Mierda, digo. Sí, estoy bien.

Mientras me levanto veo gotas de sangre rojo vivo, deliciosa sangre con sabor a óxido, tipo O positivo, la sangre más común que existe. José dice que cuando eres o positivo te pueden meter sangre de perro en el sistema y aún así funciona.

Pero ahora la sangre no me entra, sino que me sale. Goteando, con bastante paciencia, es incluso hermoso ver las gotas cayendo sobre el piso. Brip, brip. Rojo Fidel. Algunas caen sobre mi ropa. Brip, brip.

Estoy bien. Digo.

Brip. Brip.

Sí, bien.

En el hospital de las monjas, la chica me inspecciona:

Médico: Te vamos a coser la cabeza.

Yo: Pero primero pónganme hielo para insensibilizar la zona.

Médico: No, te inyectaremos anestesia, tú tranquilo.

Estoy tranquilo verga.

Inyectan la anestesia. Me rasuran esa parte de la cabeza, como a un mono herido en un zoológico. Como mono rapado. Y va.

Puntada. Puntada. Puntada.

En la tercera puntada la anestesia ya no hace tanto efecto. Siento como la aguja pasa através de la carne, pasa el hilo, vuelve a pasar la aguja, pasa el hilo. Y me estremezco.

Médico: ¡Oh! Te pondré más anestesia.

Yo: ¿Faltan muchas puntadas?

Médico: Una, nada más.

Yo: Pues nada, échatela así.

Médico: ¿Seguro?

Yo: Sí.

Eso, esta vida se trata de enfrentar el dolor, de hacerle frente y vencerlo. De superarlo. Y este dolor de la aguja pasando a través de la carne es un dolor físico y es el dolor más fácil de superar. Y no se trata de ser un marica, conozco padres que han superado la muerte de sus hijos. Y míralos, ahí están, en pie de guerra. Y yo no me voy a rajar por unas puntadas. Así que a darle.

Honestamente: Y además, hago esto para sentirme valiente y valioso. Y muy machito. Y luego venir acá y decírtelo, para ver si puedes hacer algo más valiente que eso. Y si dices no, me sentiré más valioso y más machito.

Viene.

Pasa la aguja y me penetra la piel. Pasa el hilo. Pasa la aguja por la otra solapa de carne. Un tirón y listo. Ambas solapas están juntas ahora. Tan fácil como coser un zapato. O al menos así me lo parece.

Y ahora tengo este hueco en la cabeza, la cabeza rapada enteramente y una venda ensangrentada (sangre de mentiras que yo he puesto para que la herida se vea más dramática). Y me encanta pasearme por la calle con mi cabecita rota.

Me siento muy valiente. Batman no es nada, comparado.

Y las personas me tratan diferente.

Y me dicen cabeza de alcancía.

Y es lo mejor. Ever.